lunes, abril 23, 2007

Mi primera vez

Esperé el momento y se había prorrogado no sé cuantas veces; le había dado un carga mística, fantástica, esotérica. La hora definitiva, decisiva, vital y ansiada por mis hormonas masculinas, llegaría; la prueba a la que todo hombre se somete, sentía me dirigía al patíbulo, al caldazo. Yo y ella, ella y yo. No sé por que extrañesa y circunstancias de la vida recordaba a la niña que enamoré cuando contaba diez años, estuve loco por ella.

El día que le hablé de mis sentimientos me hirió diciéndome loco. El dolor de aquel recuerdo llegaba ahora, pero sentía vengarme, sentía poder volar o subir la cima de una montaña de un salto. Al ver quien estaba a mi lado, me invadía la fortuna y un frío corría mi espalda, me llegó la excitación prematuramente.


Mirábame tiernamente. Besé su frente y en ese momento me tomó con su delicadeza habitual, me acercó a ella y me besó furtivamente introduciendo su lengua y enredándola con la mía fundiéndose en una sola.

Susurró unas cuantas palabras que no las puedo repetir, mis sentidos saltaron brúscamente al escucharlas. ¡Dios! esto no es un sueño, es puramente real, y yo soy el actor principal. Ansiaba llegar a nuestro destino, porque estaba harto, cansado de los encuentros solitarios conmigo mismo, deseaba llegar más lejos, para que la espera fuera bien recompensada, que fuera un mágico momento, único. Me gustaba soñarlo. Soñar produce una satisfacción casi real. Lo real es mucho mejor, rompe las espectativas.

Estuve sumergido, casi absorto pensando, conocía el lugar a donde ibamos. Ya no soportaba más, deseaba experimentarlo. Escuché tantas historias de cuan estupendo, placentero y maravilloso fueron esos encuentros de estar con una mujer a solas, me dirigía al mío propio.

Al fin arribamos, pagué al taxista, estaba tan feliz que no esperé el cambio, entramos agarrado de manos. Fuimos a una pequeña ventana, pedí la habitación y pagué y no reparé en gastos le dí una propina de veinte dólares, con todo el dinero que me prestaron que eran veinte dólares, si los disfrutaría como nadie. Recibí las llaves, no vi el número de la habitación marcado, el recepcionista nos indicó seguir por el pasillo y doblar a la izquierda, ahora me percaté del maldito número 28, se me encendieron los sentidos, recordé una broma en la que decían que era loco por haber nacido el 28 de febrero a las ocho de la noche: ¡Malditos compañeros de trabajo!. Uno de ellos fue más lejos dijo que si nací en febrero y es el mes dos y a las ocho de la noche, los juntaba el dos y el ocho le daba 28. Cuando terminó todos rieron a carcajadas, menos yo; lo perseguí por toda la compañía, no logré atraparlo, pero el rencor hacia el maldito Chepo lo siento aún, aunque a veces le hablo a ese maldito.

Llegamos a la habitación, se recostó en la cama, yo un poco tímido me recosté a su lado, me preguntó si estaba asustado. En verdad lo estaba pero no lo confesé. Subió a mi cuerpo me besó, la besé. y comenzó la batalla de caricias, besos, movimientos de un lado y otro de la cama, nos quitábamos la ropa sútil, delicadamente, hasta quedarnos totalmente en cueros. A estas alturas de los acontecimientos mis temores se habían disipado, era otra persona tenía mucho más iniciativa, la tomé con fuerza y sonrió, miró a mis ojos, acercó sus labios a mis oídos, susurró:"Entralo ahora". Tenía muchas ansias de hacerlo, entendí que no era el momento, pero accedí. Es indescriptible las sensaciones al momento de la entrada, una calidez y tibiesa que provocó la aceleración de mi corazón y mis caderas, ella lo mismo, danzamos por no se cuanto tiempo, era rico el cadencioso vaivén de nuestros cuerpos.

Mientras más me movía sentí aquella sensación que sabía que comenzaría a llegar al punto de no retorno y acaecería lo inevitable y sí, eso era. No ahora pensé, no maldita sea porque ahora, decía esto y no podía tener mi cuerpo, ¡no! ¡Sí! ¡ah! ¡ah! ¡ah! me vengo. ¡Ella decía dámela! sí!, yo ¡ah! no me meo, me meo, y sí oriné a mi chica. No supe donde poner el rostro de la vergüenza, ella compresiva acarició mi cabeza, abrazó mi cuerpo, susurró a mis oídos que todo estaba bien.


Puertas del tiempo

Detúvose en frente , el miedo le impedía tocarla, pero una fuerza mayor le empujaba para ver que había escondido detrás de una desgarrada y vieja puerta sin manubrio, temblando y sudoroso su cuerpo se abalanzaba, al fin la abrió. Esforzábase por ver hacia dentro, nada, sólo tinieblas. Decidido entró.

La habitación obscura, parecía un juicio sumatorio, siendo juzgado por los irreconcilliables tormentos de experiencias anteriores, vívidas, latentes que aferrándose en unas ideas que no volverían, y que formaban parte del pasado, del que desenfrenadamente no había escapado y estaba atado. Su cabeza era un amargo campo de frustraciones, batallas, locuras, suicidios, que le impedían que su vida transcurriera normal. Parecía que todas las fuerzas que rigen la naturaleza se puesto en su contra.

Diosdado primero no sentía que su nombre había sido una buena presentación, pertenecía a su abuelo. Lo odiaba, era un nombre infame, así por mucho tiempo se identificó: El infame.

Secuencialmente pasaron imágenes de cuando fue adolescente, y estaba con sus compañeros en la escuela, sintió deseos de alcanzarlas sin lograrlo, quería tenerlos para sí. Y sobretodo hablar con ella, Salomé; como un rayo cayó el recuerdo de la adolescente, ahora mujer que estuvo siempre en su memoria a pesar de los años, una lágrima rosaba su mejilla, la había amado tanto, aun lo hacía, pero no estaban juntos. No sabía por cual razón.

Quizás fueron los consejos de su madre o de sus amigos, lo cierto era que esto le provocaba una profunda depresión, la misma al enterarse de su matrimonio. Pensó en el suicidio, pero algo le detuvo y decidio continuar su vida. No la veía desde aquel día que la encontró en una tienda por departamentos, la siguió por unos cuantos pasillos, cuando decidió hablarle, vió un hombre con un bebe en brazos que la alcanzó. Se detuvo, apretó las manos y se humedecieron los ojos y marchó.

Triste ese día fue a su casa; se culpó de todas las cosa que sucedidas, no importando cuantas explicaciones o argumentos utilizara, fue siempre culpable. Le obligaron a estudiar un carrera que nunca deseó, deseaba ser arquitecto, y sus padres entendieron que debía ser economista.
Accedió a la suplicas de su madre. La relación con su padre fue de peor a insostenible, no podían estar si quiera en la misma habitación sin pelearse. Por esto las visitas a las casa de sus padres eran clandestinas desde hacía un tiempo sin que su padre se enterara, y este ya ni preguntaba si acaso tenía un hijo.

Continuó por otro rato, lloró por lo que era su vida. Recordó la puerta anterior que le llevó al día de graduación del colegio, la última vez que estuvieron todos sus amigos juntos, y luego la fiesta, añoraba tanto volver hacia atrás. Sólo podía ver todo en una especie de retrospectiva. Se desplomó, al despertar estaba en su cama, sabía que su vida volvería a ser la rutinaria.

Levantarse a la misma hora, ir al trabajo y pasarse el resto del día entre papeles y cuentas y números y luego un extenuante día entre reuniones y disquisiciones de asuntos económicos, regresar al mismo lugar y encontrarse con su esposa. El saludo se había convertido en rutina y las conversaciones muertas, compartían una vida alejada y distante, una casa que apenas podía recoger los platos rotos de la aventura matrimonial.

A la altura de esta etapa de su vida, se sentía más bien confundido que realizado. Cada una de estas puertas se abrían a su pasado, le traían sentimientos confusos porque sentía que la irrealización contrastaba con lo que ahora llamaba vida. Se veía como un ser distinto.

Cada viaje era a un pasado conocido, extrañado, ansiado, anhelado, perdido e irrecuperable. Por más que deseaba volver y cambiar lo ocurrido debía conformarse con verlas sin importar que pasara, eran las únicas veces que se encontraba con el mismo.

Abril, días de gloria

Indiscriminadamente pretendieron acallar la voz un pueblo que se resistía a ser parte del mutilamiento de su democracia, que asombrosa valentía defendieron y entregaron sus vidas por el más sagrado deber que puede poseer ser humano alguno, la patria. Bombardeos, fuego de metralla, el grito de los heridos, el olor a pólvora, dieron la batalla gallardos dominicanos que realizaron su deber y se volvieran de sus tumbas lo harían otra vez.

No importada el enemigo, una descomunal fuerza militar enviada a pisotear y derrotar a los rebeldes comunistas, lo que olvidaron es que eran dominicanos. El presidente Lindon Johnson no contaba jamás con la idea de que un país pequeño de negros y mulatos le humillara las perfectamente entrenadas tropas de las Fuerzas Interamericana de Paz.

En lo más profundo de la conciencia de los dominicanos está presenten aquellos grandes momentos en los que el mundo admirado veía las escenas de los sub-entrenados milicianos de las fuerzas dirigidas por el coronel Francis Caamaño, infringirles cuantiosas bajas a los invasores. Seguro que estos momentos no volverán, porque en los hombres valientes de Santo Domingo fueron asesinados en Abril de 1965.

sábado, abril 21, 2007

La realidad Dominicana

La primera generación de votantes de 1996 fuimos a las urnas con el más sagrado sentimiento de cambio, tenías la certeza que el PLD era el partido que encauzaría el país por ruta de progreso del bienestar, así que casi todos los primeros votantes le dimos la oportunidad al nefasto Leonel Fernández.

El resultado fue inesperado, el primer gobierno peledeísta resultó ser mucho más corrupto que los anteriores, reafirmaron todas las malas prácticas que que criticaron y echaron por tierra el pregonizado lema: República Dominicana se divide en Corruptos y Peledeístas. Treinta años que los estigmatizaron de ser la clase política diferente.

Crearon la más grande frustración en un pueblo que no se rinde a perecer en la fauces de los deboradores de los sueños de los dominicanos, Leonel se identifica más con la vieja guardía política que con las nuevas ideas del líder que siguió y del partido que representa. En las próximas elecciones este seudo dominicano aspira a continuar llevándonos por el nuevo camino que jamás hemos conocido.

sábado, abril 14, 2007

Aventura en el Subway

De mi llegada a New York habían transcurrido cerca de tres meses, hasta ahora no había estado en el Subway sólo, siempre estuve con un amigo u otra persona.Como trabaja en Brooklyn, debía dirigirme desde Manhattan donde vivía. No lo hacía en trenes sino, que mi padre me daba un ride de ida y vuelta en su vehículo. Por eso no sentía por entonces la necesidad de aprender el emparañamiento de las rutas downtown, uptown, east side, west side, Queens bounds, Bronx bounds, Brooklyn bounds entre otras jergas ferroviarias propias de las mega metropolis, acostumbradas a vivir enjauladas en los vagones de los trenes que trasitan la ciudad por debajo de la tierra en la mayoría de los casos y otras por arriba las otras.

Un Domingo me tocó trabajar pedí las instrucciones de llegar vía tren y las encontré fáciles, tomar el tren 1 y transferirme en la calle 14th, caminar el
túnel y abordar el tren L hasta la estación de Montrose, asi mismo transcurrió. Mi salida era cerca de las cinco de la tarde, y debía esperar a mi padre para que me recogiera, ese día no era el mío, al rededor de las tres de la tarde recibo una llamada de mi papá informándome que debía irme solo hasta la casa, que como yo entendía un poco de inglés y era ágil podía llegar, claro yo dándomelas de inteligente accedí y ahí comenzó mi periplo.

Salí del trabajo, entre otra vez en la misma estación de Montrose, tomé el tren L y bueno me dije pero esto es super fácil ¡ja! ¡ja!. Hasta me reía sólo. Miraba en cada estatión percatándome que iba por la vía correcta, asi era. Hasta que algo me confundió, cuando tome el tren uno me quedé en la 14th y esa era la imagen que tenía y al ver la calle 14th me quedé pero esta no era la estación, esta era 14th st. Union Square, una estación antes. Subí las escaleras miré observe y estaba confundido, decidí tomar otro tren, cualquiera.

Sentí pánico por un instante, ya había pensado tomar un taxi, pero descarté la idea, pensé llamar a un amigo a mi padre, pero pensé que era mejor seguir mi aventura en el subway sólo, así continué mirando el mapa, deteniéndome en algunos estaciones y tomar ootro tren, no recuerdo a ciencia cierta cuantos lugares estuve, recuerdo algunos pocos, porque después pasé por esos lugares.

Tomé el tren Q y llegue hasta no sé cual estación, vi en el mapa que iba en otra dirección, lo tomé de regreso. volví a la 14th y Union Square, y caminé y seguí la ruta de los trenes 4, 5 y 6 y tomé creo que el tren 6 y llegue hasta el Bronx, era verano y estaba caluroso en ls trenes, y además tenía unas fundas con algunas cosa que había comprado. Salí en una estación dispuesto a no volver en tren, reflexioné por unos momentos y creí oportuno que debía aprender ahora, sino esto me pasaría con más frecuencia y nadie me enseñaría conocer el sistema de los trenes.

Tome el tren nueva vez hasta la calles 59, salí el mapa y leí los letreros y me transferí al tren E, sabía que ese tren me llevaría a la línea de los trenes A y C y que estos me llevarían al tren 1. Pero no sabía en cual estación quedarme. En la siguiente estación me detuve a ver el mapa otra vez, calculé en donde podía transferirme, vi las líneas azules en la calle 42 seguí el pasillo donde indicaba el transfer.

Estaba exhausto, cansado caminaba con las últimas fuerzas hasta que al fin llegue y tome el tren 1 con dirección uptown, me senté y solté las bolsas que traía conmigo, llegué a la estación de la 137, subí las escaleras cansado pero ya estaba cerca de la casa. Eran alrededor de las once de la noche, había salido de Broolyn como a las seis tarde, estuve en tantas estaciones que cuando se lo conté a mi padre, pego una carcajada hasta el cielo.