Kiko, sentado en frente de su garaje mitigaba el calor veraniego con unas cuantas cervezas: lentes oscuros, camiseta desmangada, pantalones cortos y chancletas. Llevaba cerca de cuatro frías. Mira a la calle, observa que alguien intenta parquearse enfrente. Agacha la cabeza para ver más claro: “Y este hije puta que se cree, que se va a parquear ahí”.
El hombre gira el carril, Kiko se levanta toma un trago, coloca la botella en el piso y se dirige al conductor: “Oiga aquí no se parqueé que es el frente de mi casa”.
-Pero señor esta es una vía pública, y me puedo parquear donde quiera-.
-Oiga le dije que no, que no lo quiero aquí, es más ahora buscaré mi van para ponerla ahí donde usted se piensa parquear-.
Toma sus llaves, se monta en su guagua la gira en U temerariamente e intenta cumplir lo que promete.
La otra persona le espera aun sentada, desajusta su cinturón y se apea de su coche. Al verle de pie a Kiko le pareció que medía dos metros, tragó en seco: “¡Ay mi madre! Pero en que lío me he metido con este tipo”. El gigante se le acerca y le dice: “No habrá ningún problema si lo dejo por un día en su puerta, ¿cierto señor?”
-No mi hermano, ¿problema? Ninguno. Si yo estaba relajando con usted, claro que si hasta dos días si quiere, mire hasta yo se lo cuido-.
Kiko no esperé despedirse volvió a sentarse, continuó tomándose sus cervezas sin molestar a nadie y viendo la gente pasar y riendo sólo de lo sucedido: “Por poco y me parten la madre por estar de hijo puta, ¡ah! diantre”.
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