lunes, enero 15, 2007

Las cenas de Mingó

Mingó, se presentaba todos los santos días a la misma hora frente la iglesia de Santa Barbara. Se dirigía siempre tercer nivel de la plaza. Dejaba todos los sacos, fundas y bultos que cargaba en su espalda; arrastraba sus pies descalzos, hasta la iglesia, se persignaba, oraba por unos segundo y volvía a simular que preparaba algo que comer, hablaba consigo mismo, movía las ollas, preparaba la mesa con sus visitas y cenaba.

Algunos percibían esto como extraño, preguntándose: Si Mingó, no preparaba nada, ¿Por qué simulaba comer? era una pregunta frecuente. Quienes le conocían desde joven decían que enloqueció por la constante lectura. Se desempeñó como abogado, que provenía de la provincia sureña de Baní, tenía un hijo que por lo ocupado de su carrera lo vió pocas veces y este ni se recordaba de su padre. Domingo de Jesús Nin, creció con el apodo de Mingó, diminutivo de su nombre.

El sacerdote de la parroquia le observó en algunas ocaciones sin darle importancia hasta que las fieles Mujeres del Divino Niño, que se dedicaban a edificar en la fe, le informaron que los actos de ese mendigo se veían un poco extraño. En principio no le presto atención, pero luego de varias semanas de constante quejas de las fieles, un día le espero y le preguntó:

-Señor perdone, le he observado en la misma acción durante unos días, no es que me moleste, pero a las descentes persona de esta iglesia no les agrada-, le dijo el padre.

Mingó alzó la cabeza, le miró sin prestarle atención.

-Bueno le estoy hablando, puede responder por lo menos-añadió-.


-Si de verdad esto no le molestara no tenía que venir a preguntar-, dijo mientras movía las manos como si cocinara.

-No, claro pero esto me parece una locura, hace lo mismo todas las tardes, luego hace como si terminara de preparar los alimentos y se sienta, come, sin tener nada que comer, esto no es normal, por favor señor-.


Mingó se detuvo por varios segundos, no volteó, comenzó a recoger sus cosas colocandolas como pudo en su espalda, cuando hubo terminado le miró con firmeza dijo:

-Esto que hago señor sacerdote no es locura es hambre-, y se marchó y no se el vió jamás, por ningún otro lugar.

2 comentarios:

Baakanit dijo...

Me agrada que ya estes compartiendo tus cuentos con nosotros.

"no es que me moleste, pero a las descentes persona de esta iglesia no les agrada"

Que tiene de indecente imaginarse una cena? Si se estuviese sirviendo desnudo, así sí.

El hambre es una cosa seria!

Saludos

Anónimo dijo...

que te puedo decirr?

es algo extraño imaginarse a alguien creyendo que esta comiendo
algo bueno pero en realidad esta comiendo desperdicios, es un buen cuento, pero me gustan mas tus poesias, no es para desanimarte, claro que no pero me gustan mas.

bien hecho